por Rosa Tristán
En la literatura
de los libertarios abundan las reflexiones sobre los más diferentes temas,
todos ellos sensibles en nuestro movimiento y su perspectiva
revolucionaria. Pero son muy pocos los
que intentan hacer balances de nuestra historia reciente. Si bien existen
reflexiones sobre los acontecimientos y movimientos de los cuales hemos sido
protagonistas como el papel de los anarquistas en los convulsionados años 20,
el rol que jugaron los compañeros anarcosindicalistas en la fundaciones de la
CUT clasista y combativa, y así como también existen análisis a cerca de la
diversidad que alberga nuestro movimiento en nuestros tiempos. Pero rara vez
los libertarios opinamos a cerca de temas o procesos en los cuales no somos o
fuimos protagonistas[1].
¿O acaso es que deberíamos contentarnos con analizar solamente nuestra huella
en la historia? ¿Debemos pasar por alto acontecimientos tan importantes como la
reforma agraria, la Unidad Popular, la dictadura y la transición? No, y de
ningún caso. Nuestro movimiento debe saber nutrirse y construir sus
herramientas teóricas, para que su horizonte rojinegro deje ser una utopía
abstracta y se convierta en una alternativa real. También debemos ser capaces
de realizar un balance crítico de la historia reciente de nuestro país, y de
esta manera profundizar nuestro análisis y discusión para no caer en salidas
preñadas de un pragmatismo ciego y apresurado ante cada coyuntura sea esta
importante o no.
Este articulo no
pretende llenar ese vacío, ni mucho menos el debate, sino aportar a la siempre
necesaria discusión en el seno del movimiento libertario.
Ciertamente para
los libertarios el 05 de Octubre es una fecha marcada a fuego y sangre como el
1° de Mayo (Día de los trabajadores), el 11 de Septiembre (Golpe
cívico-militar) y el 17 de Octubre (Sospechosa muerte del compañero Ernesto
Miranda), pero para nosotros el 5 de Octubre es el asesinato en combate de
Miguel Enríquez, pero jamás lo sería como una efeméride relacionada por el
plebiscito de 1988, sino fuera por lo anterior solo sería una fecha más, un
santoral más perdido en el calendario. El plebiscito no tiene asidero en la
memoria de nuestro pueblo, como es el caso del 4 de Septiembre (triunfo de la UP),
no tiene relevancia política, sino que se transforma en una noticia tal como la
inauguración de carreteras y puentes, o a lo más en el recuerdo nostálgico de
jóvenes que alguna vez lucharon, y que hoy son más “realistas” y viven de la
política de lo posible.
Pero ahora bien,
si no es una fecha emblemática, los medios de comunicación progresistas nos
recuerdan la importancia de dicho día, como el día en el que el país cambio.
Frases emblemáticas son “recuperamos la democracia”, o los más radicales dicen “echamos
abajo la dictadura con un lápiz y una papeleta”. Estas frases muchas veces
elevadas a sentido común, no son sino mitos, de uno de los procesos más
derroteros para el movimiento popular. Uno entre tantos mitos de la democracia
chilena, tales como “la economía social de mercado es beneficiosa para todos” o
“la competencia es la mejor reguladora del mercado”.
LOS AMARRES
En estos tiempos
de elecciones la Concertación, reinventada en Nueva Mayoría, ha esgrimido que
siempre se vio atada de manos por que nunca tuvo la mayoría en la cámara alta y
baja, y que la apuesta de hoy de la campaña es doblar en todos los distritos
para así obtener una cantidad de puestos en las cámaras que les sea favorable,
para realizar los cambios que como conglomerado prometen. Pero este argumento
del amarre de la constitución es completamente cierto. Si bien las leyes
importantes promulgadas durante la dictadura tales como el sistema binominal,
la ley acerca del congreso y el tribunal constitucional, e incluso la ley de
fuerzas armadas, no sé pueden modificar
de raíz son la necesidad de la fracción 4/7 en ambas cámaras. Pero en cambio
las leyes medioambientales, laborales, e incluso económicas (de regulación de
mercados), sin lugar a dudas son leyes que no necesitan un quórum tan alto para
ser aprobadas o modificadas.
Entonces ¿Qué
pasó? Esta pregunta tiene 2 respuestas posibles. La primera y más superficial,
es que no hubo una voluntad política por parte de los administradores del
modelo (concertación y alianza), lo cual entorpeció siempre todo animo de
cambios, y que en sus disputas internas jamás lograron algún progreso para el
conjunto de los chilenos, como si los cambios u orientaciones estatales
dependieran solamente de la mera voluntad o el ánimo de los dirigentes de los
partidos, ignorando la profunda disputa y posturas que entran conflicto o
alianza en la arena de la política. La segunda respuesta va un poco más de la
mera voluntad, y es que los cambios constitucionales necesarios para
transformar el modelo no estaban en manos ni de la concertación ni de la
alianza, sino más bien de los grupos económicos (tanto nacionales como
internacionales). Son ellos los que marcaron la pauta, en complicidad con los
grandes bloques que han administrado el modelo, y esto se hace irresistiblemente
evidente con todas las transformaciones que se originaron en los gobiernos de
la concertación y en los últimos cuatro años de la alianza.
Los grandes polos de inversión y rentabilidad en nuestro país son el cobre y las AFP, que durante los gobiernos de la concertación ambos fueron privatizados y liberalizados progresivamente. En 1990 la producción de cobre estaba en manos del Estado en un 90%, en cambio hoy eso se ha visto reducido en un mediocre 40%, y el porcentaje restante queda en manos de la inversión privada transnacional, quienes muchas veces realizan alianzas con grupos locales. Por otro lado, las AFP a comienzos del gobierno de Patricio Aylwin, solo se permitía que un 10% de los fondos de pensiones se colocaran en inversiones en el extranjero. Recordemos que en pleno auge de la crisis subprime en el año 2008, el gobierno de turno, aprobó el traslado de un 80% de los fondos en el extranjero, y además a las AFP se les eximía del pago de IVA.
La Concertación
profundizó las políticas económicas y sociales en: educación (con el CAE), en
salud (con el plan AUGE), en el ámbito laboral (profundizando y legalizando el
subcontrato y la terciarización), y también en lo que vimos anteriormente con
las AFP y el cobre. De esta manera, podemos sostener que este conglomerado fue el discípulo de la
dictadura en materias neoliberales, pero fue el discípulo que supero a su
maestro, con creces. No existe una real diferencia entre la alianza y la
concertación, siendo la primera la que participo en el proceso de
liberalización del capitalismo chileno, en donde se cambio su eje desde el
Estado a uno individual liderado por las empresas privadas, la segunda no
cambia con respecto a esto, sino que lo adopta, y su única diferencia radica en
que la concertación intentó compensar el descalabro social que generó la
revolución neoliberal en Chile, con mediocres políticas sociales pro equidad.
GANADORES Y PERDEDORES
En todo proceso político
y social, existen fuerzas que se disputan la conducción de dicho proceso, pero
aunque suene trágico siempre todo desenlace de un proceso engendra vencedores y
perdedores, y en el periodo que se desata posteriormente al plebiscito de 1988
¿quién fue el ganador? Lo más evidente, es afirmar, que fue el NO el gran
ganador de aquella tensa noche del 5 de Octubre, fueron las papeletas las que
le entregaron el porcentaje necesario para ganar, fue el lápiz y el papel los
que también les entregaron el triunfo por más de cuatro elecciones
presidenciales, y así administrar y ahondar el modelo económico impuesto por la
dictadura.
Pero si vemos
más allá de lo evidente, más allá de la épica que nos intentan imponer la
concertación y la alegría que nunca llegó y de la recuperación de la democracia
que nunca fue, se puede hacer un balance mirando hacia atrás, 25 años en nuestra
historia, y ver de manera clara que los reales vencedores fueron los grupos
económicos, tanto los que emergieron durante la dictadura (que se enriquecieron
gracias a las oleadas de privatizaciones) como los que venían consolidándose
previo a los sesenta y los que se beneficiaron con la apertura comercial de
Chile con el mundo, mediante la exportación y el comercio. Las políticas
económicas de la concertación no fomentaron una redistribución del ingreso, ni
tampoco puso un atajo a la privatización creciente. Sino que se promovió la
transnacionalización de la economía, la liberalización de mercados que
favorecieran la inversión privada, se formularon políticas laborales que
socavaran el poder de los trabajadores frente a sus empleadores, de esa manera
asegurando una baja conflictividad.
Estas políticas,
entre las muchas que si existieron, son ejemplo viviente de quienes fueron los
derrotados luego del plebiscito: el conjunto del movimiento popular. 25 años
atestiguan que el movimiento popular solo fue la palanca que los llevo al
poder, y a la vez era la piedra en el zapato que debían eliminar para sustentar
la gobernabilidad, o dicho de otra manera, se debía anular toda iniciativa
popular y marchitar cualquier intento de independencia de clase, pues este no
propiciaba un clima ideal para los negocios en nuestro país. En definitiva el
movimiento popular, para la concertación no fue sino una pieza más dentro del
ajedrez de la lucha de clases, una pieza sacrificable.
En todo proceso
político, siempre debemos mirar las fuerzas en juego, analizar siempre todo
conglomerado y todo pacto, conocer a que intereses políticos y económicos
responden, pues como dice el dicho socialista “Dime con que línea política pactas y te diré quién eres”.
[1] Excepciones y excelentes artículos son los de Siria, los de
Colombia y también sobre la Unidad Popular. Así como también un aporte son los
diversos artículos que tratan a cerca del poder popular desde una mirada
libertaria, que son publicados en los sitios http://anarkismo.net
y http://perspectivadiagonal.cl
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